sábado, 24 de septiembre de 2016

sábado, 17 de septiembre de 2016

jueves, 15 de septiembre de 2016

Más sobre Ciampi, anormalidades y otro

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Salomón Chichilnisky – Aventuras pampeanas en salud mental: historia de la psicología clínica, psiquiatría y psicoanálisis en la Argentina.
Parte primera: Viñetas

Viñeta 9: Lanfranco Ciampi

La llegada al país del reformador social y psiquiatra italiano Lanfranco Ciampi, que desde 1922 fue el introductor académico de Sigmund Freud y el psicoanálisis en las cátedras y praxis psiquiátrica de nuestro país, dio un fuerte impulso al desarrollo de la disciplina al crear una cátedra de Psiquiatría Infantil, en la Facultad de Ciencias Médicas, en Rosario, así como instituciones para la internación y tratamiento de los "anormales graves", niños y jóvenes con serios retardo del desarrollo. Lanfranco Ciampi nació en San Vito in Monte, Italia, el 21 de febrero de 1885. Con una innata vocación por la psiquiatría infantil, cuando aún era estudiante de medicina de la Real Universidad de Roma ya se preocupaba por la curación o mejora de los niños anormales, débiles, mentales y retardados, por cuya razón a partir de 1905 y durante tres lustros se desempeñó en el Instituto para el Tratamiento Médico-pedagógico de Niños Nerviosos y Retardados, que dirigía en Roma el profesor Sante de Sanctis. Primero lo hizo como practicante interno. Al graduarse en Medicina y Cirugía en 1913, Lanfranco Ciampi asumió la vicedirección de ese establecimiento, cargo que ejerció hasta 1920. Durante este último lapso se desempeñó, además, como médico de la especialidad en otras instituciones médico-pedagógicas romanas dedicadas a la asistencia y tratamiento de niños anormales, retardados y neuro-psicopáticos; y, asimismo, como jefe de la Sección Psico- logía de los Anormales, del Instituto de Psicología Experimental de la Real Universidad. En marzo de 1922 vino a nuestro país, inicialmente contratado por un periodo de tres años por el Poder Ejecutivo Nacional para la organización de la Escuela de Niños Anormales y Retardados y como jefe del Laboratorio de Psiconeuropatología de la Facultad de Medicina de Rosario. Habiéndose impulsado y creado con su presencia en dicha casa de estudios la cátedra de Psiquiatría Infantil, le tocó inaugurarla como profesor titular el 12 de marzo de 1923. El año siguiente, el Consejo Directivo de la Facultad le confió la cátedra de Psiquiatría de adultos, en ambas de las cuales quien esto escribe se contó entre sus alumnos. El 8 de octubre de 1927 se hizo cargo de la dirección del Hospital local de Alienados. En 1930 Ciampi fundó la filial rosarina de la Liga de Higiene Mental. A partir de la idea clásica de la categoría de idiotas, Ciampi estableció un modelo de abordaje médico-pedagógico con elementos psicoanalíticos y, al mismo tiempo, un diagnóstico para la psicosis infantil, la demencia precocísima, para el que se basó en las enseñanzas de su maestro Sante de Sanctis. Para Ciampi las enfermedades mentales desarrolladas durante la niñez presentan características clínicas específicas, diferentes de las de los adultos.
Ciampi obró con plena conciencia como un reformador de la "vieja psiquiatría asilar" decimonónica centrada en el individuo. Definía el rol del psiquiatra como un agente de intervención social, preocupado antes por la prevención que por la enfermedad misma. El elemento que según él definía a la "nueva psiquiatría dinámica en oposición a la psiquiatría del viejo manicomio" era la higiene mental, que se proponía "luchar contra todos los factores exógenos de las enfermedades mentales" cuyo impacto se ha de reconocer, en cada caso, a través de la escucha y el encuentro personal con cada unos de los pacientes. Su tratamiento médico- pedagógico incorporaba elementos de psicología profunda (de Sigmund Freud y de otros psicoanalistas), la experiencia francesa en el tratamiento de retardados graves, los aportes de Sante de Santis y sus propias innovaciones y experiencia. Son incontables las publicaciones científicas del maestro Ciampi. Las primeras, que dio a imprenta cuando aún era estudiante, a justo título llamaron poderosamente la atención en el ambiente médico de Roma. Por ejemplo, los trabajos titulados "Rendiconto delle malattie trattate nelle casa di cura e di educazione per fanciulli nervosi" (1909) y "Relazione sul corso magistrale per l'insegnamento ai deboli di mente". A la par que originales, ambos revisten asombrosa actualidad. Ya en nuestro país, dio a conocer un nuevo trabajo científico: "La asistencia de los menores: consideraciones médico pedagógicas", publicado en la Revista de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal de Buenos Aires, en el cual revela el porqué de su contrato en la Universidad del Litoral. Luego le siguieron: "La asistencia de los enfermos mentales según los criterios reformadores modernos" y "Los retardados pedagógicos", que aparecieron en 1923 en la Revista de Ciencias Médicas de Buenos Aires. Suman un total de sesenta los trabajos publicados en nuestra patria que llevan su firma y todos tienen el sello de la originalidad, a la par que evidencian profunda erudición.
La vida científica de L. Ciampi fue múltiple y variada. Su vasto conocimiento de la especialidad de psiquiatría infantil y su vocación por el encuentro con el paciente como persona individual trascendieron los limites de nuestro país. De su saber y experiencia dan prueba además diversas comunicaciones y su participa- ción en congresos realizados en el Uruguay, Panamá, Ecuador, Brasil, etc De las sesenta comunicaciones presentadas por él aqui y en el extranjero, sólo mencionaremos: "Las infecciones y la delincuencia infanto-juvenil", leída en la II Conferencia de Neurología, Psiquiatría y Medicina Legal, que tuvo lugar en Río de Janeiro en 1930; "Todavía sobre el tratamiento bismútico-endorraquídeo en las afecciones neuro-luéticas", Montevideo, 1932, y "Santo de Sanctis: el maestro y el hombre", leída en el Ateneo Neuropsiquiátrico del Hospicio de las Mercedes en 1935, etcétera. La Liga Argentina de Higiene Mental tuvo en Ciampi, desde su creación, un ferviente inspirador. Gracias a él, fue inaugurado el 30 de noviembre de 1938 el Instituto Neuropsiquiátrico de la Liga. Esta nueva institución, que lleva el nombre de la presidente de la Comisión Auxiliar, doña Cecelia Estrada de Cané, está dedicada a los niños mentalmente enfermos. Pero en verdad, de esta magna obra el doctor Lanfranco Ciampi fue primero instigador y luego su fundador y director ad vitam. En un justo homenaje que se le rindió a Ciampi, la señora Haydée Rodríguez Novelle de Arias tuyo felices y acertadas expresiones cuando se refería al maestro: "Es indudable que los hombres perduran a través de sus obras, pero también perduran a través de sus sentimientos y los muros de nuestro Instituto vieron a lo largo de años a nuestro querido doctor Ciampi derramando tanto amor, tanta ternura, tanta bondad, tanta comprensión". Esta última caracterización era proverbial: al profesor Ciampi siempre se lo veía con una sonrisa y franca humildad tanto en el trato como en el vestir, presto a acudir adónde creyera ser útil y casi siempre incapaz de cobrar por su asistencia. Leía muchísimo robando horas al sueño y solía llevar a las instituciones a su cargo a sus dos pequeñas hijas Lucy y Olga, para inspirarles simpatía y solicitud hacia quienes, con el lenguaje de la época, debían llamar "niños anormales". Afabilidad y buen trato le granjearon amistades en todo el espectro político. Mantuvo cordial amistad con el décimo director del Hospicio de las Mercedes (1931-1947) y activo higienista psiquiátrico, Dr. Gonzalo Bosch, bajo cuya atildada presencia y algunas características contrapuestas a las de Ciampi, este aun pudo ver los valores humanos que apreciaba. Cuando en impiadoso acto administrativo Ciampi quedó cesante fue el ministro Ramón Carrillo, de un gobierno cuya ideología Ciampi no compartía, el que supo convocarlo para facilitarle su situación. Ya anciano, Ciampi advirtió que pese a la importantísima tarea cumplida en lo personal carecía de medios económicos para mantenerse y debió tramitar una jubilación graciable por incapacidad para trabajar. Hemos consignado los hechos principales de la actuación y los hechos sobresalientes de esta figura máxima de la neuropsiquiatría infantil e introductor del psicoanálisis en la República Argentina. Por empezar dijimos que fue el fundador de la cátedra de psiquiatría infantil y al mismo tiempo director del Hospital de Alienados. Con respecto al Instituto de Psiquiatría del que también fue fundador, creemos oportuno señalar el concepto que mereció del profesor Pierre Janet, del Collége de France, en oportunidad de su visita al Instituto: "...con toda mi admiración por la pequeña Clínica Psicopatológica; es el sueño de toda mi vida que veo aquí realizado...". Lanfranco Ciampi falleció en Buenos Aires, el 19 de juio de 1968. Tenemos referencia de que su señora esposa, doctora Matilde Teresa Flairoto, rectora del Liceo N° 2 de la capital federal y docente de vasta cultura, preparó un artículo sobre "La vida y aportación científica de Lanfranco Ciampi".



LA PSIQUIATRÍA INFANTO-JUVENIL EN ROSARIO

Héctor H. Berra

Lanfranco Ciampi médico italiano graduado en 1913 en la Real Universidad de Roma, llegó a Rosario en 1922 contratado por Agudo Ávila para or ganizar una escuela para “niños retardados” –según la nomenclatura de la época– y se convirtió entonces en pionero de la psiquiatría infanto-juvenil rosarina. Se cumplen este año, entonces, noventa años de ese acontecimiento, por lo cual la Facultad de Ciencias Médicas se apresta a festejarlo.

A propósito del suceso, un breve repaso sobre el origen de la disciplina en la ciudad nos conduce al año 1921, durante el que se efectuó el llamado a concurso para ocupar la Cátedra de Clínica de Psiquiatría Infantil, el 14 de julio. El único inscripto fue el Dr. Alfredo Scarano de Buenos Aires, a quien se designó como Profesor, confirmándoselo por decreto del Poder Ejecutivo Nacional del 10 de octubre del mismo año.

Vacante en 1922 la Cátedra por la renuncia del titular Alfredo Scarano se aprobó el contrato del Profesor Lanfranco Ciampi, suscrito con el Delegado Organizador Antonio Agudo Ávila. Ciampi era psiquiatra, discípulo del profesor Sante de Sanctis de la Facultad de Medicina de Roma, quien había influido en su formación, especialmente en lo referido a la psicopedagogia y a la psicologia experimental.

Finalizado el contrato de Ciampi, el mismo fue renovado sin modificación alguna, al igual que el del Prof. Fernando R. Ruiz de Anatomía Patológica.

En la ex-Enfermería Anglo-Alemana se comenzó la construcción del Hospital de Alienados, entretanto la enseñanza práctica de la psiquiatría se llevó adelante en una de las salas comunes del Hospital Centenario.

Lanfranco Ciampi, Gonzalo Bosch y Arturo Mó (profesores de las Cátedras de Neuro-Psiquiatría Infantil, Clínica Psiquiátrica y Psicología Experimental, respectivamente) con el arquitecto Víctor Dellarole afrontaron el problema de la planificación del nuevo Hospital. Tras su estudio propusieron un proyecto de concepción moderna que fue aceptado y puesto en ejecución por la empresa constructora de los ingenieros Servando Cardozo y M. Verna Usenglio.

El concejal Daniel Pérez en agosto de 1922 presentó en el Concejo Deliberante de la Municipalidad de Rosario un proyecto para instalar en el Parque de la Independencia “la escuela de niños retardados”, la primera que se fundaba en el país, durante la intendencia de Cecilio Juanto.

De allí fue traslada a una modesta casa ubicada en la calle Santa Fe 3087.

El proyecto mencionado fue presentado por Ciampi en 1924 y tenía como objetivo la construcción de 2 pabellones en los terrenos de la Enfermería Anglo-Alemana con destino a la Clínica de Psiquiatría Infantil, donde se instalarían la Escuela, Talleres, Gimnasio e Internación. En los considerandos de dicho proyecto menciona la originalidad de “la Facultad de Medicina de Rosario, que tuvo el mérito de oficializar y autonomizar la enseñanza de la neuropsiquiatría infantil......puesto de relieve en revistas extranjeras de la especialidad”, refiriéndose a Y QUADERNI DE PSICHIATRÍA dirigida por el Profesor E. Marselli, director de la Clínica Psiquiátrica de Génova.

En 1927 quedaron terminados los 5 pabellones del Hospital de Alienados. Allí fue instalada la escuela de “niños deficientes”, que desde un principio ocupó un pabellón exclusivo dotado de todos los adelantos para la enseñanza elemental con procedimientos especiales, incluso pequeños talleres de encuadernación, escobería, cepillería, alfombrería, mimbrería, costura y otros trabajos manuales.

En 1928, siendo Decano el Dr. J. Agustín Gatti se creó el Instituto de Psiquiatría integrado por “las Cátedras de Psiquiatría, Neuropsiquiatría Infantil y Psicología Experimental, la Escuela de niños retardados y el Hospital de Alienados con todas sus dependencias, bajo la dirección de un profesor psiquiatra”. La designación de Director recayó en el Profesor Ciampi.

Opiniones diferentes obstaculizaron en el Consejo Superior de la Universidad Nacional del Litoral la resolución del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Médicas que había aprobado por unanimidad esa ordenanza.

El Profesor Teodoro Fracassi, miembro de la comisión encargada de redactar el nuevo plan de estudios sostenía que la psiquiatría debía desaparecer como rama autónoma para fusionarse con la neurología e insistía en la creación de un Instituto de Psico-Neuro-Patología. Cabe consignar que contaba con el apoyo del Rector, Dr. Rafael Araya.

En 1929 la U.N.L. fue intervenida y apenas se hizo cargo del gobierno de la Universidad el Interventor Nacional Dr. Roque A. Izzo, firmó con fecha 4 de diciembre de 1929 la resolución por la cual se mantenía el Instituto de Psiquiatría en el Hospital de Alienados. Así se dejaba sin efecto la organización del Instituto de Psico-Neuro-Patología propuesto por Fracassi y la Cátedra de Clínica Neurológica que integraba el mismo funcionaría como asignatura independiente.

Confirmado luego en la dirección del Hospital el Profesor Lanfranco Ciampi, se designó vice-director al Dr. Benito Vázquez Casanova que falleció al año de su nombramiento, sucediéndole el Dr. Antonio Foz, que venía desempeñándose como médico interno. El cargo de interno fue ocupado interinamente por el Dr. Adolfo De Benedetti y uno de los primeros ayudantes fue el estudiante Juan Vázquez.

El Instituto contó también con 3 laboratorios: de Histopatología del sistema nervioso a cargo del Dr. José M. Cid; de Bioquímica dirigido por el Dr. Arturo Bruno y de Psicología Experimental cuyo Jefe fue José L. Alberti.

Los Dres. Eleogardo Troilo, S. Nemirosky, Carlos F.Crespo e Inocencio Ansaldi integraron en calidad de adscriptos, el personal docente de las Cátedras de Psiquiatría y Neuro-psiquiatría Infantil.

La escuela de niños con deficiencias mentales fue atendida por el personal docente constituído por las maestras Celia Alvarez de Saá Pereyra, Olga Alvarez, Esther Ramírez de Urrea, Esther Berdou, Elsa M. de Ruíz, Elvira Tossi, Carmen B. de Rodríguez, Aurora E. de Chiaramonti, Irma M. de Font, el maestro Luis G. Urrea y el maestro de ejercicios físicos y adscripto a la secretaría José M. Hoffman. Ellos atendían a los niños internados y medio pupilos en su alimentación, cuidado y aseo.

El Instituto de Psiquiatría tuvo su propia revista, el “Boletín del Instituto Psiquiátrico”, cuyo primer número apareció en junio de 1929.

Bajo la dirección del Profesor Ciampi el Instituto tomó impulso definitivo, cumpliendo una tarea formidable en los años siguientes.


http://www.elseminario.com.ar/biblioteca/Borinsky_Talak_Anormalidad_infantil.htm

PROBLEMAS DE LA ANORMALIDAD INFANTIL
EN LA PSICOLOGÍA Y LA PSICOTERAPIA.[1]
Marcela Borinsky y Ana María Talak

Proyecto UBACyT: “La psicología y el psicoanálisis en la Argentina: disciplina, tramas intelectuales, representaciones sociales y prácticas”, dirigido por Hugo M. Vezzetti, Código P042. Instituto de Investigaciones, Facultad de Psicología, UBA.

Trabajo provisorio para su discusión en el Ateneo del 13 de septiembre de 2005.

En la Argentina la anormalidad infantil ha sido abordada desde diferentes disciplinas de saber y prácticas profesionales. En el siglo XIX, la psiquiatría y la educación fueron las primeras en ocuparse de niños con distintos tipos de anormalidades, y luego en el siglo XX, se sumaron la criminología, la psicología y el psicoanálisis. En este trabajo, nos interesa indagar más específicamente los planteos en torno a la anormalidad infantil privilegiando los cruces disciplinares entre educación, psicología y clínica. Tomaremos como base los problemas en torno a la anormalidad infantil planteados a partir de dificultades de aprendizaje, que demandaron abordajes desde la psicología y la clínica psicoterapéutica o psicoanalítica.

A fines del siglo XIX y principios del siglo XX no estaba aún establecida una especificidad en la patología psíquica de la infancia, diferente a la del adulto. Por un lado, encontramos en la segunda mitad del siglo XIX las primeras instituciones que se ocuparon de la educación de discapacitados sensoriales (visuales y auditivos). En 1857 se abrió la primera escuela para sordos, la “Sociedad Filantrópica Regeneración”, por iniciativa del maestro alemán Carlos Keil. En la década de 1880, se creó el Instituto Nacional de Sordomudos, y en 1887, el pedagogo español Juan Lorenzo y González comenzó a educar a un grupo de niños ciegos del Asilo de Huérfanos. Por otro lado, las tesis sobre anormalidad infantil presentadas en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en este período fueron pocas y se referían a la locura en la infancia utilizando las mismas categorías desde las que se pensaba la psicopatología de los adultos[2].

En las primeras décadas del siglo XX en Argentina, comenzaron a abordarse más explícitamente dos tipos de problemas en relación a la anormalidad infantil: los problemas de aprendizaje y los problemas de indisciplina. Los problemas de aprendizaje se vinculaban fundamentalmente a cuestiones de orden intelectual. Las figuras de los niños idiotas, retardados y débiles se asociaban a los déficit intelectuales. Comenzó a plantearse la necesidad de diseñar e implementar un diagnóstico adecuado para decidir las condiciones diferenciales de “educabilidad”. El estudio de estas intervenciones se relaciona con el desarrollo de la psicometría y la historia de los tests mentales, por un lado, y con la historia de la educación, por el otro.

Los problemas de indisciplina, en cambio, se asociaron a patologías diferentes, que afectaban el carácter y los afectos. La delincuencia infantil y juvenil eran vistas como producto de este mismo tipo de patología. Así, el niño indisciplinado y el niño delincuente eran vistos como portadores de patologías porque sus conductas se desviaban de la norma de adaptación, en el ambiente escolar uno, y en el ámbito social y de las leyes jurídicas el otro. El estudio histórico de estos problemas se vincula, como veremos, tanto con la historia de la educación y la historia de la delincuencia y la criminología, como con la historia de las psicoterapias y el psicoanálisis en la Argentina.

Consideramos que en el cruce de ambos dominios, el de los problemas de aprendizaje y el de la delincuencia, y en el cruce de dos disciplinas que se venían desarrollando previamente, la neuropsiquiatría y la psicología, se conformó la psiquiatría infantil, la cual definió un nuevo objeto de intervención,  la enfermedad psíquica infantil.

Los problemas en torno a la anormalidad infantil se plantearon ante todo como problemas de carácter práctico: requerían y promovían la producción de conocimiento específico para la identificación de sus causas pero también, y fundamentalmente, para intervenir adecuadamente, según los criterios de normalización presentes en la sociedad. Consideramos que, durante la primera mitad del siglo XX, se desarrollaron dos grandes líneas de abordaje de estos problemas: 1) una línea, que llamaremos "intervención psicopedagógica", articuló los aportes de la psicología al campo educativo; 2) otra línea, que llamaremos "intervención clínica", articuló la psicología con otras formas de intervención "psi", tales como la psiquiatría, la psicoterapia y el psicoanálisis. Si bien sus orientaciones fueron diferentes y suponen cruces disciplinares específicos, nos interesa mostrar cómo se vincularon ambos abordajes.

En la primera mitad del siglo XX, hemos detectado, a grandes rasgos, dos formas básicas de articulación de las conceptualizaciones y las intervenciones en los problemas de anormalidad infantil.

1) Un primer modelo, que fue el más tempranamente desarrollado, tomó como punto de partida, la lógica del déficit en base al supuesto de un “retardo del desarrollo”. Se postulaba que había diferentes grados de retardo, y en función de esos grados se definía el tipo de intervención que, en algunos casos, era psicopedagógica y se llevaba a cabo en la escuela o instituciones educativas especiales, y en otros casos era médico-pedagógica y se desarrollaba en el hospicio o en ámbitos específicos asociados al dispositivo asilar.

2) Un segundo modelo, en el que el psicoanálisis llegó a ocupar un lugar decisivo, ponía la noción de conflicto afectivo en primer lugar, estableciendo así un reordenamiento de las variables en juego. Los problemas de aprendizaje y los de indisciplina dejaron de ser problemas en sí mismos para convertirse en “síntomas” de un desorden que se ubicaba en otro lugar, ya no en la esfera intelectual ni en el de la conducta sino en un terreno más “profundo” que determinaba tanto el aprendizaje como el comportamiento.

           Estos dos modelos, que involucraron tanto saberes como formas de intervención sobre los niños, no se dieron necesariamente uno después del otro; hubo períodos de convivencia de modelos, ya que la aparición de un nuevo modo de abordaje no fue simultáneo a la desaparición del anterior. Sin embargo, veremos que históricamente, surgieron en diferentes momentos.

Psicología y educación: la "intervención psicopedagógica".

El anormal leve, el idiota y el débil.

A fines del siglo XIX y en los comienzos del siglo XX, en Europa y en Estados Unidos, comenzaron a implementarse diversos dispositivos para identificar niños que no podían responder a las exigencias de las escuelas públicas, a la vez que se planteaba qué intervenciones educativas alternativas podían idearse para educar a estos niños[3]. Dentro de estos dispositivos de examen y clasificación, los tests psicológicos y psiquiátricos ocuparon el lugar principal. Esta tecnología de examen y clasificación psicológica supuso una interrelación entre prácticas y saberes que se condicionaron mutuamente, a la vez que contribuyó a la definición de un campo de especialización de saberes y roles del "experto", que logró reconocimiento y legitimación dentro de la división del trabajo intelectual académico, pero también en un público social más amplio.

Los llamados "tests psicopedagógicos" y los "tests mentales" (especialmente los de inteligencia), los tests psicofisiológicos (basados en los desarrollos de la psicología experimental) y los tests psiquiátricos (exámenes clínicos fundados en teorías de la psiquiatría infantil) conformaron tecnologías específicas que definieron niños normales y anormales, niños débiles, falsos anormales, etc., a la vez que participaron en el desarrollo de la subjetividad de estos mismos niños al fundar prácticas de intervención preventivas, correctoras o regeneradoras, o bien anulando la posibilidad de prácticas modificadoras.

En este contexto, el término “anormal” se refería fundamentalmente “a todo lo que se separa manifiestamente de la cifra media para constituir una anomalía”[4]. La media estadística definía la “normalidad”. Y la media estadística era determinada en la escuela. Así el ambiente escolar aparecía como un ámbito natural, que se tomaba como parámetro del desarrollo del ser humano.

... respecto de los niños anormales, dicen Binet y Simon, aquellos cuyo rasgo común es la incapacidad, por razones de organización física e intelectual, para aprovechar los métodos ordinarios de instrucción y educación usuales en las escuelas públicas”[5] ... “y yo añadiré que son aquellos de los que ordinariamente se dice que “no son como los demás”, aquellos cuya inteligencia es inferior a la de los niños de su edad...[6]

¿A qué se llama niño anormal? Antes debiéramos precisar cual es el tipo medio normal. Aun esto es difícil: no podemos tomarle aislado, debemos considerarle en relación con los de su edad, y haremos presente desde ahora que es la escuela la piedra de toque para distinguirlos”. “El normal ocupará como la virtud el justo medio: no será el lujo que ostentará un maestro poco pedagogo sin darse cuenta de la mayoría, pero sí será un niño suficientemente despierto para su edad, asiduo en sus deberes, respetuoso y disciplinado. Del punto de vista físico: bien desarrollado, sin tocar el gigantismo, nutrido y sin estigmas notables. En cambio, el anormal es un demente, idiota, imbécil, en sus grados mayores, o es simplemente un débil, un ciego o sordomudo, un retardado[7].

En las primeras décadas del siglo XX, la búsqueda del parámetro del niño normal en la escuela pública era acorde con la concepción de la misma como un “laboratorio de psicología experimental”, para una psicología evolutiva y una psicopedagogía, que veían como neutral el ambiente escolar, y por consiguiente, pasible de ser usado en el control y modificación de variables[8].

En la escuela, una cuestión fundamental residía en diferenciar dentro de la categoría misma de anormalidad, la anormalidad leve, pasible de educación, de la anormalidad severa, "no mejorable". Por esta misma razón, los escritos sobre psicología de los niños anormales se interesaban en general por la situación de los anormales leves, ya que los anormales más graves sólo podían recibir un tratamiento médico.

El psiquiatra austríaco Leo Kanner[9], señala en la introducción de su clásico tratado de Psiquiatría Infantil, cómo el siglo XIX colocó los cimientos de la pediatría y de la naturalización de la psicología pero hubo que esperar hasta el siglo XX para que el crecimiento del niño se convirtiera en uno de los campos más fructíferos del progreso del conocimiento. “Al despuntar el siglo XX no había –ni podía haberlo- nadie que pudiera ser considerado, en ningún sentido como psiquiatra de la niñez”.[10]

Kanner introduce una breve presentación histórica acerca de la psiquiatría infantil en la que destaca cuatro momentos claramente diferenciados que se corresponden con las primeras décadas del siglo XX con un proceso que iría desde la “preocupación teórica” por los niños en el primer decenio hasta el trabajo “en unión con los niños” que se llevaría a cabo en la década del ’40. 

El psiquiatra español Julián de Ajuriaguerra  en su Manual de Psiquiatría Infantil coincide con las apreciaciones de Kanner y señala como los precursores de los psiquiatras infantiles a los educadores y pedagogos, los cuales se ocuparon de la reeducación de las deficiencias sensoriales y el atraso mental. Desde su perspectiva, fueron el educador Seguin y el psiquiatra Esquirol quienes conformaron el “primer equipo médico psicopedagógico” y ubica recién con Bourneville la creación del primer centro médico-pedagógico reservado exclusivamente para retrasados mentales.[11]. 

En Argentina, encontramos el primer antecedente de estas características en El Asilo Colonia Regional Mixto de Torres que fue inaugurado en 1915 y a partir de 1916 comenzó a darse un "tratamiento  médico pedagógico" a casi el 30% de los asilados, que eran los clasificados como "idiotas" que habían sido trasladados del Hospicio de las Mercedes, en donde ya desde 1899 se había implementado también una forma de intervención pedagógica con un grupo pequeño de los internados (menos del 10 %)[12].

Sin embargo, según las distintas fuentes consultadas, fue la llegada al país del psiquiatra italiano Lanfranco Ciampi la que dio un fuerte impulso al desarrollo de la disciplina al crear la “primera cátedra de Psiquiatría Infantil del mundo”[13] y al mismo tiempo, de espacios para la internación y tratamiento de los “anormales graves”, para los cuales hasta el momento no había un lugar específico ni en las instituciones académicas ni en el ámbito asilar.

En 1922, Lanfranco Ciampi, discipulo de Sante de Santis, fue contratado por Agudo Avila para crear y dirigir una escuela para niños “retardados” en la ciudad de Rosario

Lanfranco Ciampi organizó la cátedra de Neuropsiquiatría Infantil en la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario en 1922, la Escuela para Niños Retardados y la Clínica de Neuropsiquiatría con un servicio de semi-internación o internación diurna. La Escuela se trasladó en 1925 al Hospicio de Alienados, creado en Rosario el año anterior. En 1927 Ciampi fue nombrado director del Hospicio y en 1930 fundó la filial rosarina de la Liga de Higiene Mental[14].

La propuesta de Ciampi se enmarcó por un lado, en la tradición clásica de la psiquiatría infantil, organizada alrededor de la categoría de idiocia. Sobre esta base,  estableció un modelo de abordaje médico-pedagógico. Por otro lado, siguió la enseñanza de su maestro Sante de Sanctis, quien había descripto un diagnóstico para la psicosis infantil, la demencia precocísima, análoga a la demencia precoz de Kraepelin. Si bien fue una categoría luego discutida y poco utilizada por sus contemporáneos, constituyó uno de las primeros intentos de individualizar estados psicóticos específicos de la infancia[15].

Para Ciampi las enfermedades mentales que se desarrollan en la edad evolutiva tienen su especifidad clínica diferente a la de los adultos. En este sentido, citando a De Santis sostenía que “el niño no es un adulto pequeño y por consiguiente su psiquiatría no puede ser una psiquiatría pequeña. El niño tiene su personalidad particular y por ende una psiquiatría específica”[16]

Sin embargo, estas ideas no se vieron claramente en las prácticas, ya el modelo de tratamiento aplicado por Ciampi fue notoriamente influido por el abordaje médico-pedagógico establecido por la psiquiatría asilar francesa durante el siglo XIX. Se trató más bien de un intento de articulación entre dos instituciones de saber con características muy diferentes: el hospicio y la escuela. Por eso la Escuela para niños retardados ocupó un lugar central en el dispositivo terapéutico organizado por Ciampi y el personal que se ocupaba de la atención de estos niños eran médicos y maestras especialmente preparados para tal fin[17]

La terapéutica implementada era pensada como una “ortopedia mental” o una “psicopedagogía enmendativa” y los procedimientos utilizados iban desde la ortofonía o reeducación del lenguaje hasta el logro de la templanza del carácter y de la voluntad por medio del trabajo físico, actividades de laborterapia (encuadernación, cestería, tejido, etc) sumados al influjo moral de la autoridad del médico sobre el “enfermito”.[18]

 Ciampi se presentaba a sí mismo como un reformador de la “vieja psiquiatría asilar” centrada en el individuo, y se identificaba con el rol del psiquiatra como agente de intervención social, más preocupado por la prevención que por la enfermedad. En este sentido, el elemento que definía, según su opinión, la nueva psiquiatría dinámica en oposición a la psiquiatría del viejo manicomio era la higiene mental porque se “propone luchar contra todos los factores exógenos de las enfermedades mentales”.[19]

Sin embargo, y a diferencia de lo que sucedía contemporáneamente en Estados Unidos donde la higiene mental había asumido una posición crítica contra la institución asilar, esta defensa de la “nueva psiquiatría” en Argentina se realizaba desde las mismas prácticas de la psiquiatría asilar. Como prueban investigaciones sobre el movimiento de la higiene mental en Argentina[20], Gonzalo Bosch en Buenos Aires compartía estas ideas de Ciampi. Fundador y director de la Liga Argentina de Higiene Mental[21], Gonzalo Bosch era al mismo tiempo Director del Hospicio Nacional (hoy “Hospital José T. Borda”). La Liga abrió consultorios externos tanto en su sede social como en el hospicio mismo.

Psicología, clínica y educación: la "intervención clínica".

Telma Reca y la higiene mental infantil

En la primeras décadas del siglo XX se desarrolló en Estados Unidos una nueva modalidad de intervención institucional para niños con dificultades. En la búsqueda de alternativas para tratar los problemas de la conducta antisocial en los niños, que en muchos casos llevaban a la delincuencia, se crearon las Child Guidance Clinics, las cuales rápidamente recibieron un apoyo económico importante por parte de fundaciones privadas. El propósito que orientaba a estas clínicas era la convicción de que la conducta antisocial podía ser abordada por medios psiquiátrico-psicológicos[22].

Aunque su surgimiento es anterior, consideramos que la historia de estas clínicas se entronca con el tercer período descripto por Kanner en su historia de la psiquiatría infantil (ubicado en la década de 1930), caracterizado por la novedad de que se comenzó a trabajar con “los problemas cotidianos del niño común”, y ya no sólo con los del niño enfermo.

A diferencia de los Servicios para Niños Idiotas en los Hospicios durante el siglo XIX, estas clínicas privilegiaban la prevención y el abordaje de la delincuencia desde un modelo de tratamiento que integraba de manera novedosa a la psiquiatría, la psicología y la asistencia social.

Las clínicas de orientación infantil surgen en Estados Unidos en el contexto de los debates sobre la psiquiatría asilar promovidos por el movimiento de la higiene mental. El propósito que animó el desarrollo de estas clínicas –que se extendieron con rapidez a lo largo de todo el país en la década del ’30- fue la detección temprana de signos de inadaptación en los niños, basado en la creencia de que el diagnóstico precoz ayudaría a resolver problemas sociales críticos como el de la delincuencia.

Este proyecto se sostenía en la confianza en que ciencia –y la medicina- contaban con herramientas para intervenir positivamente sobre el curso de los problemas sociales así como también, en la confianza en la capacidad de cambio de los niños apoyada en una lectura ambientalista de la conducta infantil. De este modo, las clínicas nacen de una alianza precaria entre la ideología reformista de quienes hacen posible su existencia y una interpretación psicodinámica de la conducta que, como leit motiv general-  anima la tarea de quienes trabajan en ellas.[23]   

Por esta vía, entonces, los “niños comunes” comienzan a ser objeto de intervención psiquiátrica en el contexto de una especialización jurídica y social que buscaba metodologías propias para intervenir sobre la criminalidad infantil.

Por eso en la historia contemporánea de la psiquiatría infantil norteamericana se propone el comienzo de la disciplina en ese país con el establecimiento en 1899 de la Primera Corte Juvenil en Chicago. Un grupo de mujeres comprometidas con el problema y preocupadas por entender el origen, la prevención y el tratamiento de la delincuencia crearon en 1909 el Instituto Psicopático Juvenil y contrataron al médico neurólogo Willian Healy para que lo dirigiera..

De este modo, la psiquiatría infantil en Estados Unidos estableció sus raíces primero en la comunidad antes que en las facultades de medicina y sus principales impulsores fueron más bien maestros, jueces, trabajadores sociales y cientistas sociales más que médicos.[24] 

              El proceso que se dio en la Argentina tuvo características diferentes porque, más allá de la voluntad de algunos impulsores de las Clínicas de Orientación Infantil, éstas no llegaron a establecerse al tiempo que, fueron los médicos y en particular, la Dra. Telma Reca quienes apostaron al desarrollo de un modelo de abordaje de los trastornos infantiles de niños que ponía el acento en la prevención y en el tratamiento de los factores externos –familia, escuela y medio ambiente en general.

              El interés original de la Dra. Telma Reca también fue la delincuencia infantil. Su tesis de Doctorado en Medicina presentada en 1932 fue precisamente sobre este tema y en ella expone los resultados de su viaje de estudios en el Vassar College de New York, becada por el Instituto Cultural Argentino Norteamericano. Su padrino de tesis fue el Dr. Nerio Rojas, en aquel entonces Prof. Titular de la Cátedra de Medicina Legal, y en la tesis están presentes muchas de las ideas en aquel momento en boga en los Estados Unidos sobre la delincuencia infantil, conjuntamente con una interpretación crítica de estos temas y un esbozo de un plan de trabajo para el tratamiento y prevención de la delincuencia en la Argentina.[25]  En 1934 comenzó a trabajar en un consultorio que se llamó de Higiene Mental en el Hospital de Clínicas dependiente de la Cátedra de Pediatría del Prof. Mamerto Acuña.

              Un análisis comparativo entre la Argentina y Estados Unidos revela diferencias significativas En el año 1934 ya funcionaban en Norteamérica, Clínicas de Orientación Infantil en más de quince estados coordinadas por una dirección especializada que a su vez, promovía la fundación de clínicas en otros estados a través de la transmisión de conocimiento experto y colaborando en la selección de los profesionales más idóneos[26]. El apoyo económico y financiero de organizaciones filantrópicas no gubernamentales –entre ellas la más importante fue la Commonwealth Fund- jugó un rol crucial en la expansión y desarrollo de este programa.

Paralelamente en Buenos Aires, el proyecto de la Dra. Telma Reca no dejaba de ser una iniciativa de carácter más bien personal que contaba con el apoyo de algunos colegas médicos y una dependencia formal de la Cátedra de Pediatría. Vale la pena destacar como este modesto consultorio, símbolo del proceso de modernización de la asistencia psiquiátrica de la infancia en la Argentina, surge como una especialización de la pediatría y no de la psiquiatría. 

Según refiere, retrospectivamente, la Dra Reca para dar cuenta de este momento fundador: 

“Mal deslindados estaban todavía en nuestro ambiente los problemas de psicopatología de la infancia, y no ampliamente difundidos los procedimientos propios de la clínica psiquiátrica infantil y los alcances e indicaciones de la psicoterapia. La mayoría de los enfermos dirigidos al consultorio  en su comienzo fueron casos de neuropsiquiatría: idiotas, imbéciles, graves enfermos neurológicos”[27]

Durante los primeros años de existencia del consultorio no se realizaba psicoterapia y, en general el tratamiento, se limitaba a las indicaciones de orden médico, cuando esto era necesario sobre todo en el caso de los niños “débiles”, y a los consejos relativos a la educación y a la organización de la vida del niño.[28]

    A principios de la década del ’40, el escenario se modificó y, con el apoyo del Dr. Garraham –Profesor Titular de la Cátedra de Pediatría- se llevaron a cabo mejoras en el espacio físico y se consiguieron nuevos recursos.. El consultorio cambió su nombre por el de Centro de Psiquiatría y Psicología Infantil y, este pasaje de la higiene mental infantil a la psicología y psiquiatría da cuenta también de un cambio de orientación en los tratamientos que va de los “consejos a padres” a la psicoterapia. A su vez, en 1942 la Dra. Reca volvió a viajar a Estados Unidos para retomar la vinculación con las Clínicas de Orientación Infantil e interiorizarse en las modalidades de enseñanza de la psiquiatría infantil en ese país. 

El análisis de los casos clínicos descriptos por la Dra. Telma Reca desde la fundación del Consultorio de Higiene Mental en 1934 hasta la década del ’50, nos muestran con claridad el proceso de transición entre los dos modelos de abordaje de la patología psíquica infantil descriptos anteriormente.

Por un lado, en la descripción de los casos, entre las variables utilizadas encontramos junto a Condiciones Psíquicas y Ambiente Familiar, los Factores Hereditarios y el Estado Físico. Si bien, el rubro Factores Hereditarios en general no se completa, las intervenciones abarcaban desde “tratamiento físico” (por ej. Indicaciones sobre alimentación, consulta a un especialista en garganta, odontólogo, etc), “tratamiento escolar” (intervenciones en la escuela, propuestas de cambio, etc), “tratamientos sociales” (propuestas de cambios en las condiciones de vida) consejos a los padres y en algunos casos “tratamiento psiquiátrico directo”, es decir psicoterapia, que podía estar dirigido al niño, a su madre o a ambos.

Telma Reca distinguía en 1944 tres tipos de niño “problema” en función de tres grupos de síntomas: los trastornos y variaciones en el rendimiento escolar, los trastornos que afectan la esfera de la conducta y de las relaciones sociales y los trastornos en el estado de salud (física y psíquica)

Con respecto a las causas, diferenciaba entre condiciones del medio social y/o del medio escolar y los factores individuales “intrínsecos” En este rubro incluía las nociones clásicas de “debilidad” fisica, la “deficiencia mental” y el “retardo en la maduración nerviosa”. De este modo, vemos como, la Dra Telma Reca fue una de las primeras introductoras del tratamiento psicoterapéutico en niños basada en una lectura norteamericana del freudismo, y al mismo tiempo, en su análisis de las dificultades infantiles su perspectiva está todavía influida por las nociones clásicas de retardo y deficit.

Sin embargo, en lo referido a la cuestión de la anormalidad infantil, ella cuestionaba la idea de un criterio absoluto de normalidad al ponerlo en relación con los “estándares” del grupo social en el que el niño está inserto haciendo depender la normalidad de las normas y de las valoraciones sociales. La normalidad se transforma entonces en un problema de adaptación del niño a su medio y las condiciones que definen esta adaptación son variables.

Desde esta perspectiva, la Dra. Reca desarrollaba tres criterios de normalidad: el escolástico (apreciación de la escuela y los maestros), el social y el “psicobiológico”. Telma Reca discutía la noción de “anormalidad de carácter” porque presuponía una causalidad “endógena” y por lo tanto inmodificable. Proponía, en cambio la noción de “personalidad” y de “desviaciones de la personalidad” con el objeto de correr el eje de análisis de los factores internos a los factores externos que determinan la patología infantil y entendiendo a la conducta del niño como “reaccional” a su ambiente. . .

Volviendo a la distinción entre los tres criterios de normalidad, Telma Reca planteaba una oposición entre el criterio escolar y el criterio psicobiológico. Si para la escuela y los maestros, los trastornos en la esfera de la conducta y del rendimiento escolar eran los más precoupantes, en cambio para los “psicólogos y psiquiatras”, los síntomas que agrupaba en la esfera de los desórdenes de la relación físico-psíquica eran considerados como los más graves.

Estos síntomas incluían “la tendencia al aislamiento, la falta de contacto con el grupo infantil, el humor deprimido, la indiferencia, la ensoñación y ‘distracción’ excesivas”

Desde este punto de vista, “es normal el niño que, amén de tener una situación escolar y social aceptables, goza en general de buena salud, es alegre y activo; hace fente a las dificultades, no pretende eludirlas, no emplea subterfugios para evitarlas, ni padece enfermedad cuando ellas se presentan o superan a su fuerza y aptitudes para vencerlas; tiene iniciativa, pero es capaz de ajustarla a las condiciones y exigencias de la realidad; no es total o excesivamente dependiente del cuidado o la atención de padres y maestros; si sufre un contraste, se rehace y responde en forma constructiva a estímulos adecuados; tiene afectos a compañeros y maestros, pero sabe repeler una agresión, si es víctima de ella” [29]

Siguiendo este criterio de normalidad, se destaca la capacidad para responder autónoma y positivamente a las “exigencias de la realidad”. Por lo tanto, el síntoma que se revelaba como más preocupante en un niño era la ausencia de respuesta (retraimiento, “distracción excesiva”, aislamiento, etc) o la respuesta interpretada como “huida” frente a la realidad (síntomas del sistema nervioso vegetativo: diarreas, vómitos recurrentes, entre otros)

De este modo, los trastornos de conducta o “antisociales” son leídos como un intento de “solución positiva de los problemas del sujeto” y si bien, podían convertirse en un obstáculo importante para el normal funcionamiento del aula darían cuenta de una actividad por parte del niño que no se encontraría en las “desviaciones de la personalidad” más profundas.

Podemos ver entonces, como en la década del ’40, la Dra. Telma Reca combinaba los dos tipos de modelos de abordaje de la patología psíquica infantil que habíamos mencionado, el modelo psicopedagógico y el modelo clínico.

Por un lado, promueve el desarrollo de estrategias que iban desde la creación de establecimientos educativos especiales hasta la existencia de “clases diferenciales” en la misma escuela para atender los requerimientos de “los niños con particularidades anormales”, conjunto que abarcaba a los niños con deficit de la inteligencia, los que padecían anormalidad sensoriales o de la palabra y aquellos niños que, por razones de “origen exógeno”, se hallaban en “condiciones de inferioridad”[30] Al mismo tiempo, sostiene la necesidad de contar con Consejeros Escolares en cada escuela para realizar el diagnóstico y seguimiento de los niños que evidenciaban problemas de conducta y/o aprendizaje y asesorar a los padres y educadores acerca del mejor abordaje de estos niños.

Por otro lado, en la línea de una intervención de carácter “clínico” sostenía el modelo de las Clínicas de Orientación Infantil norteamericanas donde trabajaban de manera conjunta psiquiatras, psicológos y asistentes sociales. Desde su punto de vista, la tarea de estas clínicas era psicológica en términos de diagnóstico y tratamiento (psicoterapia) pero también era claramente educativa porque se proponía formar a padres y maestros en pos de un mejoramiento de la salud mental de la población.

“Es su manifiesto propósito (de las Child Guidance Clinics) de atraer a sus pacientes lo más temprano posible, cuando sus trastornos son muy leves, y, todavía más, de ejercer en el medio social una acción educativa de tal tipo que aumente la capacidad de los padres para comprender y educar a sus hijos, y haga conocer a autoridades e instituciones las necesidades de desarrollo y salud del niño”[31]

Los psicoanalistas argentinos y los niños: de las intervenciones educativas “ambientalistas” al conflicto neurótico.

Paralelamente al desarrollo del Centro de Psicología y Psiquiatría de la Dra. Telma Reca, los primeros  psicoanalistas argentinos que en la década del ’40 se ocuparon de la infancia lo hicieron desde los Consultorios de La Liga de Higiene Mental pero fundamentalmente en el ámbito hospitalario, lugar  natural del trabajo del pediatra como en el caso de Rascovsky y en el hospicio, para el caso del psiquiatra Pichón Riviére. Ya veremos luego como esta temprana relación con la medicina y la inserción en la práctica hospitalaria permiten delimitar un espacio diferente de trabajo, el de la medicina psicosomática que funcionará como un terreno sumamente fértil para la implementación y desarrollo futuro del psicoanálisis local.

Si hacemos un análisis de las primeras investigaciones clínicas que llevaron adelante los fundadores de la APA con respecto a la infancia, nos encontramos con una convicción similar a la que sostenía contemporáneamente Telma Reca. Ambos grupos partían del supuesto común de que podían influir sobre la familia de los niños, modificar conductas y actitudes para mejorar la vida de los pequeños y prevenir patologías futuras.

De un modo parecido al de Telma Reca, estos psicoanalistas estaban claramente influenciados por el psicoanálisis norteamericano pero, en contraste con los objetivos higienistas en sentido amplio que guiaban la acción de Reca  porque para ella su ámbito de acción no se circunscribía al consultorio, sino que se abría a la familia, la escuela y la sociedad en su conjunto; los intereses de este grupo eran más modestos y se concentraban en la familia de los pacientes  -sobre todo en las madres- a partir de la influencia de la Escuela de Chicago y su enfoque de las enfermedades psicosomáticas.

No disponemos de espacio aquí para entrar en el detalle de las investigaciones llevadas a cabo por el Dr. Rascovsky –uno de los miembros fundadores de la Asociación Psicoanalítica Argentina- y su equipo en el Hospital de Niños de la Ciudad de Buenos Aires sobre niños epilépticos y adiposos genitales. Sin embargo, nos interesa destacar como a partir de las emociones y los afectos comienza a definirse una nueva modalidad de lectura de la patología infantil que se mostraría más permeable al abordaje psicológico en contraposición al determinismo de la teorías constitucionales de la enfermedad.

En esta misma línea de pensamiento, Pichón Riviére –otro de los fundadores de la Asociación Psicoanalítica Argentina- proponía una nueva categoría diagnóstica para los trastornos mentales en la infancia: la oligotomía. La preocupación de Pichón Riviére, según él mismo lo relata, era el de iluminar una zona  obscura que unificaba todos los trastornos infantiles en un mismo grupo, el de los “sordomudos, mudos y oligofrénicos”,

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Siguiendo las teorizaciones del psiquiatra norteamericano Leo Kanner sobre el “autismo precoz infantil” y las investigaciones del psicoanalista vienés radicado en Estados Unidos, René Spitz, acerca de las privaciones afectivas y su impacto negativo sobre el desarrollo normal del niño, Pichon Riviere discriminaba la oligotimia o pseudodebilidad de la oligofrenia.

Definía a  la oligotimia como una debilidad afectiva en oposición a la oligofrenia, debilidad de carácter estructural y congénita. Este nuevo sindrome, que seguiría genéticamente al autismo de Kanner, estaría motivado por trastornos del desarrollo a diferencia de la debilidad que obedecía a causas estructurales y de este modo, difícilmente modificables.

Vemos entonces como el problema que intentaban resolver, tanto Pichon Riviére en el Hospicio como Telma Reca desde el Centro de Psiquiatría y Psicología Infantil, era el mismo y que podríamos resumir en la siguiente pregunta: cómo redefinir el campo de la patología infantil que se presenta indiferenciado y fuertemente concentrado alrededor de la noción de deficit.

El problema que se planteaba era el de la intervención terapéutica con este tipo de pacientes ya que la noción de deficit estaba asociada a la de irreversibilidad y, por lo tanto, resultaba muy difícil desde un postulado que combinaba herencia, consitucionalidad e incurabilidad, pensar una clínica específica que fuera más allá del diagnóstico y la custodia de estos niños. 

En los primeros trabajos de Arminda Aberastury, considerada como la fundadora del  psicoanálisis de niños en la Argentina, encontramos del mismo modo que en Telma Reca la combinación de técnicas psicoterapéuticas –aunque en el caso de Aberastury infuenciada por los aportes de la escuela inglesa de psicoanálisis- con intervenciones terapéuticas “ambientalistas” en familias de niños “oligotímicos” atendidos por ella en los Consultorios de la Liga de Higiene Mental.

Tal como aparece descripto en el primer artículo que publicó en la Revista de Psicoanálisis, (estos niños) “estancados en su desarrollo psicosexual reaccionan favorablemente a una psicoterapia de orientación analítica combinada con modificaciones ambientales logradas en nuestras conversaciones con los padres”[32]

Sin embargo, en el relato que construyó Arminda Aberastury para dar cuenta de la historia de su práctica, este tipo de intervenciones “ambientalistas” y educativas fueron dejadas de lado. Fue el encuentro fortuito entre un niña diagnosticada como oligofrénica y su propia intuición clínica, lo que le permitirá poner en juego una mirada diametralmente diferente acerca del tratamiento de este tipo de niños, En el lugar del deficit, Arminda Aberastury encontró la noción de conflicto y a partir de allí, las prioridades se reorganizaban y el deficit comenzó a ser leído como una consecuencia del conflicto. 

“Corría el año 1937 y en los pasillos del Hospicio de las Mercedes, una niña esperaba a su madre mientras ésta era atendida por el Dr. Enrique Pichón Rivière. Mientras la acompaña y trata de enseñarle lengua y mtemáticas, Arminda Aberastury descubre que  la niña era capaz de aprender pero no lo hacía porque “su mente se había paralizado” a partir del conflicto entre el deseo de saber y el dolor que le despertaba saber acerca de la enfermedad de su madre”[33]. (Aberastury, 1962: 62).

Si bien este relato sobre los orígenes pone el acento, retrospectivamente, en el pasaje de un enfoque pedagógico a otro psicoanalítico, desde una preocupación centrada en la capacidad de aprendizaje a una interpretación del conflicto psíquico; es por la vía de las enfermedades psicosomáticas que la psicoterapia puede ser planteada como un abordaje que opera en un nivel diferente a los métodos hasta el momento conocidos.

Seguramente, cuando Telma Reca planteaba la necesidad de “invertir los criterios de gravedad” en la interpretación de la patología psíquica debido a la oposición entre el criterio de los maestros por un lado y el de los psicólogos y psiquiatras por el otro en sus respectivas valoraciones de los problemas infantiles, estaba siguiendo una lógica similar a la que proponía Arminda Aberastury cuando distinguía también en oposición, el criterio de normalidad de los padres del de los psicoanalistas.

“Muchas veces un niño es aparentemente normal y el análisis revela una situación  neurótica profunda, que sólo con el tratamiento puede ser resuelta, evitando una neurosis grave en el futuro...La ignorancia con respecto a la correlación entre los factores psíquicos y la expresión somática, hacen que todavía sea raro que un padre decida analizar a su hijo por un síntoma como el asma, el eczema, las crisis epilépticas, laa predisposicón a los resfríos...”[34]

Por lo tanto podemos observar cómo, más allá de las causas concretas que motivarían las consultas terapéuticas, el problema de los trastornos psicosomáticos podía funcionar como un operador teórico que permitía desplazar el enfoque de la relación entre el niño y su medio al interés por el mundo interno del niño, desde una perspectiva diferente a la de los factores constitucionales y endógenos asociados al carácte